Alonso debe huir de Galicia tras matar a uno de los hijos del Conde Raña. Por recomendación de su madre, el muchacho decide refugiarse en el monasterio con el padre Xoán, ya que Raña no tardará en hacer justicia por la muerte del más noble de sus vástagos. Mientras Alonso se ve obligado a alejarse de su familia para salvar su vida, la joven Ana es feliz soñando con un príncipe azul y leyendo uno de sus libros. Sin embargo, la mayor aventura de su vida está más cerca de lo que ella piensa. Ana ha sido reclamada por Doña Mencía porque el marido de ésta, el Adelantado Juan de Sanabria, está reclutando jóvenes doncellas para casarlas con colonos en el Nuevo Mundo. Alonso también pretende enrolarse en ese viaje gracias a la recomendación del padre Xoán. En su huida hacia Sevilla para embarcarse en la expedición de Juan de Sanabria, Alonso conocerá a Pelayo, un pícaro muchacho que, sin querer, pondrá en peligro la vida de Alonso y la suya propia. A partir de entonces, sus destinos irán unidos para siempre. Por su parte, Sanabria, que no se encuentra bien de salud, su mujer Mencía, sus hijas y las doncellas van camino de Sevilla. Ya en la capital andaluza, el capitán Salazar se reúne con Mencía y el Adelantado para darle cuentas de los preparativos de la expedición. Salazar está comenzando a impacientarse porque van con retraso en el viaje y hace días que no ve a Sanabria. En ese preciso instante el Capitán descubre el lamentable estado de salud del Adelantado, que está a punto de morir. Las vidas de todos confluyen dramáticamente en el momento de la partida de la expedición.
Las primeras noches a bordo de la Nao San Miguel no son cómo las doncellas esperaban. Los vaivenes de la nave hacen estragos entre las jóvenes, pero Ana reprime su malestar para ayudar a sus compañeras de viaje. La expedición llega a Gran Canaria, donde les espera un destacamento de soldados y el resto de expedicionarios. Allí, Mencía se encuentra con su amiga Isabel de Cabrera y con la hija de ésta, Elvira, que también se unirán a la aventura. Una tormenta planea sobre la Nao San Miguel, las naves de Ovando y Becerra van más adelantadas y Mencía no quiere perderlas de vista. Sin embargo, Salazar cree que es mejor replegar hasta que el tiempo mejore. Una vez más, el capitán y Mencía vuelven a enfrentarse. Pelayo, que iba de polizón, casi muere ahogado, y es descubierto al ser salvado por Alonso. Tras la tempestad hay que reparar los desperfectos. Se han quedado sin timón y van a la deriva, los animales se han ahogado y no saben si tendrán agua y víveres suficientes para sobrevivir antes de llegar a la costa. Además, han perdido el rastro de las otras dos naos.
Mencía gana el pulso que sostiene contra el pirata Bonpere y éste acepta no tocar a sus damas. Eso sí, no se librarán del saqueo. Sin embargo, los piratas hacen oídos sordos a su capitán y tras varias jarras de vino intentan abusar de María. Mencía prefiere morir a que deshonren a su hija y está decidida a que ambas naves vuelen por los aires si es necesario. Salazar se enorgullece junto a la tripulación del valor y el ingenio de Mencía. Sin embargo, ahora tendrán que hacer frente a un colosal escollo: cruzar el océano sin instrumentos de navegación, ya que los piratas lo destruyeron todo. Durante varios meses, permanecen en la costa africana reparando el barco. Mientras los marineros realizan las tareas de reconstrucción, las doncellas se entretienen como pueden. Tras subsanar los desperfectos, la expedición se pone de nuevo en marcha. Dos meses después de partir, continúan sin avistar tierra. La falta de víveres frescos y, por ende, de vitaminas hace mella en la tripulación y muchos caen enfermos por el escorbuto. Los fallecidos van en aumento y ya no tienen ni sacos para amortajar los cuerpos. La tristeza hace recapacitar a Mencía, quien encuentra consuelo en el Capitán. Pocos días después, llegan a tierra. La felicidad les invade a todos excepto a Mencía.
La nao San Miguel llega a Santa Catalina y es recibida por el resto de los expedicionarios que iban a bordo de la nave comandada por Becerra. Éste informa a Mencía que llegaron hace seis meses y que su nave se ha hundido en la bahía por los desperfectos del viaje. La tercera nave que partió con ellos se ha hundido en el mar. La expedición se instala en la playa donde están protegidos de los indios que los rodean. Trejo le pide a doña Mencía que le permita casarse con su hija pero ella le niega el permiso. María por iniciativa de Ana se enfrenta a su madre y le dice que va a casarse con Trejo y Mencía finalmente da su consentimiento. Todos celebran la boda en la playa. Los indios están cada vez más cerca del campamento y la expedición decide abandonar viajar hacia el norte donde fundaran la ciudad de San Francisco. Mencía y las mujeres parten en el primer viaje y Salazar regresa con el barco a por los demás. Pero la nave encalla en las rocas y parte de los marineros mueren ahogados. La expedición está mermada. La única manera de sobrevivir es construir un bergantín con los restos de la nao y navegar hacia la ciudad portuguesa más próxima. Nueves meses después la barca está lista y Salazar y unos pocos hombres están dispuestos a partir.
Han pasado tres meses desde que el capitán Salazar partió a la ciudad de Santos para pedir ayuda y más de tres años desde que comenzó la expedición. María está a punto de dar a luz a Hernandito y Ana, por fin, se ha decidido a besar a Alonso. Salazar solo trae buenas noticias en parte; el gobernador de Brasil no les facilitará ningún barco para ir a Asunción, tan sólo para llegar a Santos. Se encuentran en un dilema ya que no pueden continuar demasiado tiempo en San Francisco sin soldados ni armas que les protejan. Si abandonan la colonia estarán desobedeciendo al Emperador. Por eso no les quedará más remedio que esperar en Santos a un barco que parta a Europa para pedir ayuda a la corona española. En Santos son recibidos por Tomé de Souza, gobernador de Brasil, y por Brás de Cubas, gobernador de Santos. Éste último pone a disposición de Mencía y sus damas toda clase de lujos. Ana está bellísima y Alonso no duda en pedirle que se case con él, pero la respuesta no es la que él esperaba. Alonso y Pelayo se han dado cuenta de que las doncellas sólo los querían para entretenerse y deciden separarse de la expedición trabajando para Brás en su plantación. Pola y Lupe también tomarán su propio camino, ya que ambas han conquistado a dos acaudalados portugueses. El Gobernador intercepta la carta que Mencía había escrito para partir rumbo a España y se da cuenta de que no sólo pide ayuda, sino que la Adelantada también denuncia el trato que se les presta a los indios. Souza responde indignado ante tal atrevimiento tomando como prisioneras tanto a Mencía como al resto de damas. Sin embargo, no está todo perdido. Brás, el hombre más poderoso de Santos, está enamorado de Ana. Si ella acepta casarse con él, quizá pueda recompensar a la expedición con barcos y dinero para continuar su viaje a Asunción.
Alonso ha matado al capataz de Bras de Cubas y ahora debe marcharse lejos de su alcance. En su huida, Ana cae en sus brazos cuando ésta intentaba escaparse de la hacienda de Bras, quien la tenía retenida contra su voluntad. Los muchachos huyen juntos y se adentran en la selva, pero sólo Alonso podrá seguir el camino hacia Asunción.