Una vez roto el silencio había que sacar a la luz lo ocurrido y demostrar el encubrimiento sistemático de la Iglesia. No era tarea sencilla: la institución se negaba a abrir sus archivos y el Estado seguía mirando para otro lado. Al correo electrónico abierto por el periódico -que sirvió de cordón umbilical entre los periodistas y las víctimas- no paraban de llegar relatos. Los investigadores fueron aprendiendo sobre la marcha. Buscando respuestas donde solo había preguntas. Se encontraron que lo habitual era trasladar a los curas abusadores de una parroquia a otra y marear a las víctimas en procesos judiciales internos que no iban a ninguna parte. En definitiva, seguir tapando lo ocurrido. Su insistencia llevó a que la Iglesia cada vez estuviera más acorralada y que algunos de sus integrantes apostaran por destapar la verdad. También descubrieron que las personas que habían sufrido estos abusos, en muchos casos, lo contaban por primera vez tras décadas de silencio.