El emperador Diocleciano consigue acabar con las guerras civiles del siglo III. Diocleciano comparte el gobierno con tres co-emperadores. En la corte y en el ejército de oriente de este poderoso emperador, el joven Constantino recibe la formación de un futuro líder. Cuando Diocleciano se retira, Constantino vuelve con su padre, uno de los emperadores del oeste. Tras la muerte de su padre poco después, Constantino se convierte en su sucesor. Como emperador de Hispania, la Galia y Britania, Constantino demuestra su fortaleza contra sus enemigos bárbaros. Sin embargo, cuando los otros emperadores romanos empiezan a enfrentarse unos contra otros de nuevo, Constantino decide poner punto y final a esas rivalidades. Derrotando a un emperador tras otro, Constantino poco a poco consigue hacerse con el control de todo el Imperio Romano y establece una nueva capital en el este. Durante el proceso, Constantino tiene una visión que cambiará el curso de la civilización occidental para siempre. Luchando bajo la cruz del dios cristiano, Constantino no sólo legitima la joven religión, sino que trata de utilizarla como fuerza unificadora del imperio