Adriana da un paso adelante, e invita a Mateo a cenar. Él acepta, aunque le advierte que no bebe alcohol, y le da entender que es muy difícil de contentar por vía culinaria. La profesora pasa por alto sus inadecuados comentarios y le pide que en la cena disfrute como una persona normal, y que no critique su comida aunque no haya Dios que se la pueda comer.