Celia es una niña de siete años, perteneciente a una familia de la burquesía madrileña en los primeros años de la República. Está convencida de que su madre es realmente un hada, y de que a ella no le puede pasar nada. En cuanto a su padre, cree que es el hombre más guapo y bueno del mundo. De la educación de Celia se encarga Miss Nelly, una inglesa austera, con quien la niña no congenia. La madre no encuentra mejor solución que rogarle a su niñera de la infancia, Doña Benita, que venga a cuidar a Celia.
Llega el verano, a Celia le cortan el pelo, por lo que se siente obligada a hacer lo mismo con sus muñecos y su gata, Pirracas. Esto lleva a que una parte de la servidumbre crea que una forma diabólica se ha apoderado de sus vidas. En casa de una nueva amiga, Carlotica, las dos niñas devuelven al abuelo sus ilusiones teatrales ya olvidadas, aunque sea a costa de convertir la casa en un auténtico campo de batalla. La tía Julia aconseja un colegio de monjas que ella conoce para “civilizar” y educar a la pequeña.
La disciplina férrea de las monjas supone para Celia un tremendo choque, pero en realidad el cambio no le afecta tanto como se podría esperar: con las niñas del colegio, Celia no acaba de llevarse bien y en cambio, se hace amiga de dos monaguillos pobres y de su pandilla. Por casualidad, Celia descubre un método para ser castigada, lo malo es que su generosidad y compañerismo le llevan a culparse de los pecados de los demás. El padre Restituto, el capellán del colegio, le impone una penitencia, y Celia queda tan impresionada de sus palabras que decide ser santa.
La decisión de ser santa (o por lo menos mártir) lleva a Celia a extremos disparatados, contra los que lucha Don Restituto, el sacerdote. Los exámenes de fin de curso son un desastre. Una de las monjas idea un truco para que la madre superiora pregunte, ante la asistencia de las familias, y cada niña conteste lo necesario. Pero por alguna razón, se cambia el plan, y las niñas dan respuestas inverosímiles ante el regocijo general. Celia se cree obligada, en descargo de la profesora, a explicar lo ocurrido, lo cual agrava la situación.
Al colegio llega Doña Merlucines, una vieja avinagrada y chismosa, que pronto hace la vida imposible a Celia. La guerra entre ambas registra muchas batallas, de distinto tono y magnitud. Celia ha de refugiarse en su escondite de la huerta para sentirse libre. Llegan unos titiriteros que dicen que van camino de la China. Celia no puede irse con ellos, pero puede hacerlo imaginariamente.