Sigue el dragón en su cueva, esperando a que el malo se canse. La cueva es ya distinta, claro, como más espaciosa y confortable, el dragón ha ido haciéndola más suya, más agradable. Y, ahora que llega un nuevo programa, puede relajarse en ella como quiera que se relajen los dragones, que tampoco vamos a saberlo todo.
Así que el dragón, decíamos, vuelve a sus silbiditos y a sus gestas de Piedra, Papel o Tijera. Y vuelve a ver que hay quien (sin señalar) compite (da igual quién) de manera poco canónica (se dice el pecado, pero no el pecador) con sus compañeros. (Nos referimos a Javi).
Luego el dragón se enciende una pipa de no sé qué de mandrágora y deja que RODRIGO CORTÉS le susurre al oído cosas de una película de esas que cuentan una historia y pasan a la historia, una película que podría haberse contado de mil maneras, pero que se contó de una. Y que por eso es perfecta.
Después se pasa por la cueva JUAN GÓMEZ-JURADO, que, como narrador que es, le narra al dragón una historia de narradores. Y de países lejanos. Y de hermanos. Y, a su manera, de sombras y luces y cuevas.
Por fin, el dragón, mientras se prepara la cena, ve cómo JAVIER CANSADO se transfigura para él (a ver en quién está vez) y le cuenta un relato de un lugar que está muy lejos, pero también muy cerca. Con muy buena temperatura.
El dragón echa luego un vistazo al exterior de la cueva, aunque aún no es momento de salir, suspira un poquito (muy poco) y a lo mejor vuelve a darle al play, aunque sólo sea para escuchar los gritos de ARTURO GONZÁLEZ-CAMPOS, que siempre le ponen contento. Así que, lleno de fuerza, cierra la puerta de la cueva y regresa a su salón cálido. Y deja fuera, bien a la vista, el felpudo que dice: ¡AQUÍ HAY DRAGONES!