Una isla agrietada, abarrancada, donde para pasar de una parte de un barranco a la otra hay que bajar hasta el final o subir hasta el principio. Una tierra donde para ser agricultor, como ellos mismos dicen, hay que empezar siendo alpinista. Desde la capital, San Sebastián, hay que subir a ver los roques y desde ellos meterse en el Parque Nacional de Garojanay y descubrir la laurisilva, ese árbol que nos habla desde los tiempos prehistóricos en los que sus antepasados nacieron. Y la vertiente norte con sus plataneras, y luego Valle Gran Rey y ver toda la isla desde el mar para comprobar la grandeza de los órganos de lava metiéndose a pico en el Océano.