La noticia de la muerte de Emilia era la gota que ha hundido a Luna. Se siente más culpable que nunca. Y, además, no sabe dónde encontrar a Mireia. Gonzalo siempre se muestra a su lado, paciente y comprensivo, pero se va dando cuenta que no pinta nada al lado de esa mujer y más cuando en el entierro ve las miradas que ni ella ni César pueden ocultarse. César rompe su relación con Irene y se confiesa a Luna enamorado. Ella no puede negar lo que, también, siente pero se siente atrapada. No puede abandonar a Gonzalo, pero, para su sorpresa, es Gonzalo el que la deja a ella. Es el día del entierro y Luna se ve arropada por todos sus amigos. Incluso Ingrid que relaciona la muerte de su madre con la de Emilia y se siente, por primera vez, arrepentida del daño causado. Incluso Manuel la busca para mostrarle su dolor. Pero no tiene nada que hacer porque Luna ya ha activado los mecanismos de su personal venganza. José Luis, el político y padre de Cristina, fuerza al alcalde a abandonar el negocio sucio y Manuel se queda en la ruina. Por su parte, Rosario, que confiesa a Luna de lo que sentía por su madre, advierte a Úrsula y Manuel. Quiere que dejen en paz a las chicas o dirá lo que sabe. De esta manera, Úrsula se ve forzada a confesar a Manuel que su padre no se fue sino que ella misma lo mató. Manuel tampoco puede caer más bajo. Todo parece indicar que ya nada impide a Luna correr a los brazos de César, pero, sorprendentemente, no lo hace. Sabe que enamorarse de una prostituta no le reportará nada bueno en su nivel social y decide dejarle al margen de su vida.