Emilia, que ya echó de casa a Mireia cuando supo que era ella la que se entendía, en secreto, con Manuel y que ahora acaba de repudiar a Luna por dedicarse a la prostitución, coge todo lo que le recuerda a sus hijas y lo tira a la basura. La visita de Cristina que defiende los valores de Luna comportándose como una verdadera amiga, hace reflexionar a Emilia sobre la amistad. Por lo que se va a ver a Rosario. Así, descubrimos que las dos mujeres vivieron, de jóvenes, un gran amor que el peso de la sociedad, la época y las amenazas de Úrsula, la tercera amiga en discordia, se encargaron de poner en su sitio. Rosario le hace comprender a Emilia que se ha equivocado muchas veces en la vida pero que, esta vez, con sus hijas, aún puede corregirlo. Emilia las perdona y corre a recuperar la bolsa de basura, pero el camión ya se ha ido. Emilia sufre un ataque al corazón en plena calle y muere. La idea de ser padre ha resultado demasiado fuerte para Alberto que ha cogido sus bombonas de submarinismo y ha huído a reflexionar. Laura, sola en el hospital, debe decidir si aborta o tiene ese hijo sin tener pareja. Finalmente, decide abandonarlo todo y quedarse con el hijo, el recuerdo de Alberto. Pero, antes de cruzar la puerta del bar, Alberto ha cambiado de opinión, se disculpa y la pareja se reconcilia. Luna sabe que ha perdido a César y busca energías para curar su corazón roto de dolor y de amor. Y, para complicarlo aún más, Gonzalo vuelve de Lyon, ya recuperado. Apenas se reconocen porque apenas queda nada en ellos de los dos enamorados que fueron. Pero ambos se muestran dispuestos a intentarlo. Gonzalo la lleva a una exposición (con entradas regaladas por Ingrid que sigue maniobrando en la oscuridad) y allí se encuentran con César e Irene. Luna se ve superada. Y, más tarde, se da cuenta que nunca será feliz con Gonzalo pese a que lo intentará porque se siente obligada a ello y César siente lo mismo con Irene. Por su lado, Ingrid, que va buscando