Durante mucho tiempo, se creyó que la Península de Baja California era una tierra maravillosa, llena de oro y perlas. Estas riquezas despertaron la envidia de los europeos: desde los conquistadores españoles hasta los industriales franceses, pasando por los misioneros jesuitas. Los pueblos indígenas llevan siglos luchando por preservar sus tierras de las ambiciones extranjeras.