En abril de 1970, la misión del Apolo 13 se encontraba a más de 286.000 kilómetros de la Tierra, a sólo dos días de su previsto alunizaje, cuando una explosión fragmentó el módulo de servicio y puso en peligro la vida de la tripulación en el módulo de mando. El capitán de misión, Jim Lovell, tuvo que trabajar deprisa y de forma decisiva para salvar a sus compañeros y lo que quedaba de la nave. Tras luchar por mantenerse con vida durante cuatro días a temperaturas bajo cero, con los sistemas de calefacción apagados para ahorrar energía, nadie sabía si la nave de mando conservaría intacto su escudo de protección térmica para resistir la peligrosa y explosiva reentrada en la atmósfera terrestre.
Gracias al liderazgo de Jim Lovell, al ingenio de los equipos de la NASA y del Centro de Control de Misión en Houston (Texas) así como a los robustos sistemas de la nave, se mantuvieron tenazmente las posibilidades de supervivencia en un esfuerzo conjunto que concluiría con el exitoso regreso a la Tierra. Todo ello ejemplifica los continuos éxitos del programa espacial, que llevaría a más misiones y a logros asombrosos. Apolo 13: otro ejemplo de la fusión entre el hombre, el momento y la máquina.