La sentencia del juicio a los dirigentes del procés debería significar el cierre de un capítulo desdichado de nuestra historia política y el comienzo de una nueva etapa. Si la racionalizad no se hubiera despeñado hace tiempo la autocrítica brotaría sola. El independentismo habría aprendido a controlar su sueño, que es imposible ahora y es imposible así, y hubiera entendido que lo ocurrido en el otoño de 2017, desde la ley del referéndum, la ley de transitoriedad jurídica y la declaración unilateral de independencia... le hubiera puesto ante los tribunales de cualquier democracia del mundo, de cualquiera, monárquica o republicana, y que leer los hechos como un exquisito proceso democrático interrumpido violentamente por un estado vengativo es una interpretación para escapar de la realidad por la vía de la epopeya.