Para que Iván, que es un nombre ficticio, pueda hoy hablar de lo que le gusta de Sevilla, primero tuvo que aceptar que se había convertido en un enemigo del gobierno ruso. Él se fue antes de que empezara la guerra en Ucrania. Hoy, tras pedir asilo en España, es uno de los muchos objetores de conciencia que abandonaron su país porque el servicio militar es obligatorio.