Bernardo Atxaga vuelve a sus orígenes a partir de esta conversación con Quique Peinado, donde su madre le esperaba en un balcón de Asteasu hasta que volvía del colegio. El romanticismo que impregna su forma de ver la vida se filtra a partir de pequeños hechos y el elemento que detona la magia de su literatura (y de su biografía): las sorpresas.