En el Central ingresará Mario, un hombre de mediana edad que se ha sentido indispuesto mientras estaba comiendo en un restaurante. Poco después llegará su mujer, Alba, muy nerviosa, con el firme propósito de que se trate a su marido de lo que a simple vista parece una indigestión. Alba preguntará una y otra vez a médicos y enfermeros las posibles opciones, sin parar, hasta que alguien le tranquilizará.
Pero las primeras pruebas aparcarán el optimismo: Mario ha sufrido una angina de pecho, tiene colapsadas las coronarias y la morfología arterial ha impedido colocarle un stent en el mismo cateterismo, por lo que Vilches le comunicará a la mujer que no hay más remedio que operar.
Alba se rebelará y exigirá hablar con la directora, ya que cree que será mayor el riesgo que la enfermedad. Su marido, por su parte, se mostrará más comprensivo y le sugerirá a Vilches que también lo sea por la situación especial que vive su esposa. En privado, el hombre le confesará al médico que Alba era policía pero lleva siete meses de baja por depresión y retirada de la profesión después de que en una detención rutinaria, un disparo fortuito de su arma acabara con la vida de un compañero. Desde entonces, Alba no ha levantado cabeza, sigue en tratamiento y se siente vivir en un infierno, culpable y señalada por todos, por lo que se explica su carácter explosivo. Alba no admite dilaciones ni que le lleven la contraria, salta a la primera de cambio y sólo manifiesta ternura con su marido, su único cordón umbilical con el mundo, por lo que no puede consentir que le ocurra nada malo.
Hasta el último momento, la mujer intentará que le den el alta, ya que piensa que no está tan claro que le vaya a pasar nada si no le operan. El propio Mario será quien le convenza que debe operarse cuanto antes y ella aceptará a regañadientes. Vilches será el encargado de practicarle un bypass.