Estamos en pleno entretiempo. Lo dicen las madres, lo ponen en los escaparates de las tiendas, en los autobuses, lo avisan los locutores matutinos: «Póngase algo de más, señor, señora, chaval, que este entretiempo es muy traidor». Pura rabia, lo normal. ¿Cómo no va a estar enrabietado un momento del año al que no se le da ni su tiempo, su propio tiempo completo, para él solito, sin medias tintas, sin paños calientes? A nosotros también nos sentaría fatal que este programa fuera tildado de «entreprograma», o que se llamara «Entrepoderosos», o fuera «entretenido» sin más (bueno, eso sí, entretenido que sea), una cosa que no fuera programa pero que se pudiera escuchar cuando acabaran los programas y hasta que llegaran los programas, los de verdad, decimos, los programas completos. Vaya, por tanto, desde aquí nuestro amor al entretiempo o, como lo llamamos nosotros, tiempo empoderado, tiempazo o ultratiempo. Dale al play y ponte una chaquetita, porque... ¡Aquí hay dragones!