La salida en libertad de Manuel no alegra la vida de su madre. Entre otras cosas porque la mujer puede comprobar que su hijo sigue obsesionado con Luna. Manuel incluso va a verla. Luna, que estaba a punto de salir, logra que el ex novio no la reconozca. Manuel le da una carta donde le confiesa todo su amor y su voluntad de olvidar lo ocurrido. Luna entiende que la sombra de Manuel siempre oscurecerá su vida. Descubriremos también que el marido de doña Úrsula no abandonó a la familia, como siempre se ha creído sino que fue ella misma quien, tras una pelea muy agresiva, le mató. Enterró su cuerpo en las tierras de la Solana, la finca que ahora Manuel quiere convertir en urbanización. Doña Úrsula quiere que Manuel abandone esa idea pero el hijo, que ha visto el lujo que rodea la nueva vida de su amada Luna, entiende que debe hacer dinero cuanto antes para conseguir que ella retorne a su lado. Ese es el motivo por el que, pasados tantos años, doña Úrsula debe desenterrar el cadáver de su marido. Lo hace a escondidas, de noche. Pero no puede evitar que Rosario, la vieja loca que plantó cara a Manuel con tal de defender sus tierras, lo haya visto todo. Y haya deducido. Pero Luna y Laura están abocadas en otro problema. Alberto se ha enterado del chantaje del juez y le ha exigido explicaciones. Perdidos los nervios, Alberto arremete contra el juez que se lo monta para que todo parezca un intento de homicidio. Y Alberto es detenido. Laura, dispuesta a defenderle, debe confesarle su condición de abogada y su secreto amor. Alberto, por primera vez, ve a Laura con otros ojos. Y hace el amor con ella. Santiago, el hermano de César, descubre que el arquitecto no está por la labor con Irene, (abiertamente ya prendada de César) y que se ha enamorado de la prostituta. Le llama la atención y le hace abrir los ojos. Le recuerda que Sandra, su ex mujer, ya fue a por su dinero. Y deduce que Luna no debe tardar mucho en intentarlo. César queda tocado.