Tras la muerte de Alejandro Magno, sus generales, los llamados Diádocos, se repartieron su vasto imperio conquistado. Ptolomeo se quedó con Egipto, Antípatro con Macedonia, y luego su poder lo tomaría Casandro por la fuerza, Antígono Monoftalmos se haría con toda Anatolia y Oriente Próximo tras diversas guerras, y Seleuco, que comenzó como sátrapa de Babilonia, llegaría a dominar toda Asia. Las guerras entre ellos no tardaron en comenzar, y acabaron con la derrota de Antígono en la Batalla de Ipsos. Pero ahora también estaban los epígonos, los sucesores de estos generales, y también querían movida. Demetrio, hijo de Antígono quería venganza, y Ptolomeo Cerauno, hijo desheredado de Ptolomeo, quería poder. Y la cosa se lió hasta límites insospechados. Tras casi tres siglos de luchas constantes por poder y territorios, los sucesores de Alejandro tuvieron que enfrentarse a un último enemigo común: Roma. ¿Lograrían detenerle? Por supuesto que no.