No es fácil crecer junto a una madre como Marie Curie. La pionera de la radiactividad había ganado dos premios Nobel, pero también había sufrido el escrutinio social por el hecho de ser mujer. Y sus amados experimentos terminaron por matarla de cáncer. Irène, la hija mayor del matrimonio Curie, también consiguió entrar en el Olimpo de la ciencia. Sin embargo, en una carambola del destino, su vida fue casi paralela a la de su madre. Investigadora brillante, Irène ganó el Premio Nobel de Química en 1935 por haber descubierto la radiactividad artificial. Un descubrimiento que abría mil posibilidades en el ámbito de la energía, pero que también acabó con su vida y contribuyó, pese a sus intentos por evitarlo, a inaugurar la era del horror nuclear.